Imagen de portada: Deriva, collage, Patricia Digilio
Voy a romper esa cábala que me impuse: no escribir sobre este tiempo. No precipitarme en la escritura del ensayo y sí, en cambio, contra toda sentencia, sostener que lo único posible hoy es escribir poesía. Internarse en la poesía que es ese modo de la inteligencia que vislumbra. Rehuir de la demostración, la conclusión, el argumento y la certeza; son una trampa para nuestra pobre comprensión atormentada por esta mezcla de banalidad y monstruosidad que asume la época. Prefiero la palabra que advierte. Buscar aquello que dejan traslucir estos acontecimientos que vivimos.
¿Qué es lo que me impulsa a romper mi propio conjuro? Es la hora 20.58 del 19 de mayo de 2024, estoy conmovida y azorada. Ineludible, la flecha se clava en el corazón del presente y dos situaciones me sacuden. Una, en la Escuela de Mecánica de la Armada; es el acto festivo alrededor de aquel avión que sirvió de transporte para arrojar a las aguas los cuerpos de los compañeros, compañeras que ya habían sido secuestrados y saqueados. La otra, una suerte de conjura furibunda que se regodea en la amenaza y el oprobio. Una cumbre del fascismo. Sí, una reunión cumbre del fascismo. Dos situaciones. No me resigno. Necesito decir “algo”. Digo NECESITO porque mi cuerpo me pide decir. Siento la convulsión de quien se sabe en un umbral. Entonces, siento ―no pienso― que es necesario hablar aún sobre lo que resulta inconcebible para que el silencio no tome la forma de una renuncia resignada que es, en el fondo, un modo de aceptación y, digámoslo de una vez, de complicidad. Ya nuestra historia sabe de demasiados silencios y complicidades que avergüenzan. No. Que no sea una vez más. No.
Ya se dijo y fue escrito que ni el recuerdo ni la suma de todos los recuerdos es la memoria. La memoria no tiene que ver con lo sucedido sino con la justicia de lo sucedido.
A propósito, comparto una lectura:
No soy injusto, pero tampoco valiente.
Hoy me enseñaron el mundo tal cual es,
Me lo mostraron con un dedo ensangrentado
Y me apresuré a decir que sí, que por mí estaba bien
Bertold Brecht
Siempre he sentido una profunda inquietud frente a la concepción hegeliana de la historia o al menos frente a una interpretación de esta concepción, aquella para la que la historia no es sino el desarrollo mismo de la Razón. Así, con esa implacable mayúscula. Desde esta perspectiva, por terribles, cruentos, desgraciados y denigrantes que sean, los acontecimientos portan en sí mismos una razón, una inteligibilidad propia cuyo sentido se revela en la visión de la totalidad. Los hechos más cruentos resultan de este modo una fase necesaria del desarrollo humano y de la civilización. Porque finalmente “las heridas del Espíritu se curan y no dejan cicatrices”. Si en lugar de Espíritu decimos, también es esta una interpretación posible, “las heridas de la humanidad se curan y no dejan cicatrices”. Esta enigmática frase debería hoy ser recogida por nuestras conciencias para ser insistentemente desafiada y desmentida. Porque sí hay cicatrices. Hay cicatrices y heridas que no se sellan porque no hay ningún movimiento que pueda superarlas. Porque representan un quiebre ontológico, una escisión en el orden del ser. Las víctimas deliberadamente esfumadas por esta fusión de la totalidad exhiben aquí en este tiempo, que no es otro que el de nuestra humana existencia, sus marcas. Y que así sea.
Desarmemos la emboscada. Este fin supremo asignado a la historia no es sino lo que permite hacer de los humanos un medio para ofrecerlos a modo de sacrificio. Es la idea que alimenta todo proceso de reificación y que disuelve todo sustento regulativo del imperativo categórico.
Razón, Historia, Sujeto, Progreso, Civilización son las cartas con las que la modernidad encaró su juego contra la contingencia, el conflicto, la desdicha, el infortunio, la injusticia de la vida cotidiana.
Pero ya sabemos, y mucho, que no hay Razón, ni Historia, ni Moral con mayúsculas que nos salven. Cuánto de toda esa razón, del sentido del deber, de rigor, de conducta y planificación metódica ha sido necesario para llevar adelante todo emprendimiento de destrucción y eliminación. Ya descubrimos que la crueldad puede ser racionalmente planificada y ejecutada.
Hace tiempo que el mapa de la razón es una hoja de ruta inútil. El error principal, arrastrado durante demasiado tiempo, ha sido la creencia en un sentido de la historia y habernos abandonado a la patraña.
Ahora ¿sabemos? o intuimos que la historia no tiene sentido. Y ahí donde está el principal error abismamos su fatal consecuencia. ¿Qué referencia puede adoptarse para marcar un rumbo si no hay sentido, cuando se vuelve incierto y turbio el significado de esa ‘o’ que se cuela entre el par cultura / barbarie?
Tengo ante mí dos situaciones que alcanzan para asomarse a la época. Ante estas imágenes esa voz que viene de la otra orilla me interpela. Me pregunta: ¿esta sentencia hegeliana de que “no hay mal que por bien no venga” cómo se aplica aquí y ahora? ¿Dónde está la reconciliación dialéctica? ¿O acaso se trata de internarse en esa profundidad que es la escisión de lo trágico, la ruptura de toda lógica y razón?
Hemos desistido de la compleja y ardua tarea que es pensar, de la laboriosidad que encierra tratar con el mundo. Ciertamente que la idea de la libertad como mera realización de la voluntad no puede ser más ramplona porque menoscaba el valor de lo difícil y en lugar de lidiar con esta escisión se busca sortear su desafío bajo la parcial y limitada competencia de una racionalidad instrumental que conjuga un pensamiento que se sostiene en fórmulas simples, ilusorias y tranquilizadoras, levantadas de manera vehemente e intransigente. Embrutecedora es también esta virulenta construcción diferencial del Otro arrojado a la difamación, la marginación, la negación y el oprobio.
Lo que ha sido no tiene en el ser sino el lugar que le damos y ese lugar no obedece a una ley trascendente. Se disputa. Ya fue dicho y repetido que ni el recuerdo ni la suma de todos los recuerdos es la memoria. La memoria no tiene que ver con lo sucedido sino con la justicia de lo sucedido, ya se ha dicho. Toda memoria traicionada por la amnesia deliberada, o por la indiferencia, nos condena a un eterno retorno que cancela el porvenir, pero también lo hace todo pensamiento que se recluye en el gesto de la resignación o que solo puede añorar lo perdido y hasta lo que nunca fue.
Si la historia es esa tensión dialéctica entre el pasado como campo de experiencia y el futuro como horizonte de expectativas, qué queda de esta fórmula cuando cada una de estas dimensiones se disuelve, es devorada por la “actualidad”.
Me pregunto cómo dotarnos de un nuevo vocabulario, de una gramática, de una ilusión, de imaginación y de estructuras de pensamiento para un entendimiento menos previsible, más corajudo de este tiempo, para que nos infunda vigor aun a sabiendas de que con cada paso que damos en el camino hacia ese entendimiento raspamos lo terrorífico. Pero si ahí está la medusa hay que animársele de una vez, me digo, me convenzo. Quiero convencer y emprender.
Vacilo, no estoy tan segura de que estemos respondiendo a las conminaciones de la época. Y sí, claro que deberíamos, pero el deber, bueno ese es otro asunto. Me preocupa ese estado de indignación que circula y que parece más propio de los miembros de un consorcio con el vecino díscolo que de una sociedad amenazada en su existencia por este sórdido modo del mundo y de la vida humana que se nos ofrece. Desde ya que están quienes resisten y se resisten, claro, y asimismo los ciudadanos y las ciudadanas que se dicen democráticos y deambulan como átomos desconcertados y también están esos otros ―que son los que me atormentan, los que me sacan de quicio, comparto con René Char― que se suman a las filas del verdugo y se enrolan con pasión y convencimiento. El fascismo nunca se ha sostenido solamente en el temor ni en el engaño. Ha contado con ese amplio consenso que supo y ha sabido construir, incluso entre aquellos que más tarde, o casi siempre muy temprano, se vuelven sus desprevenidas víctimas y ha contado y cuenta, por supuesto, con el mudo acompañamiento de los que se acomodan en afán conservador de puestos, reconocimientos, lugares institucionales y otras migajas que dispensa el poder.
Leo otra vez y comparto
Desde ese día dije que sí a todo:
Mejor cobarde que hombre muerto, me oí decir.
Y solo por no caer en esas manos,
consentí en todo lo que no se puede consentir
Bertold Brecht
La tragedia nunca se repite como farsa. Se equivocó el autor. Tampoco como parodia. La tragedia cuando se repite es mayor tragedia y no tenemos para justificarnos o excusarnos ni siquiera la coartada del desconocimiento, de la ignorancia. El daño es conocido y perentorio, lo que está en riesgo es la vida misma. No es cuestión de ser proféticos, alcanza una mirada de lo que se despliega ante nosotros y un poco de memoria.
Comparto
Las casas que habitamos no fueron tantas
Dolió cuando ya no pudieron cobijarnos
No eran ellas las ingratas
era el lobo el que rondaba
y mascullaba:
soplaré, soplaré, soplaré y esta casa derrumbaré
y no es este relato memoria del cuento de la infancia que adormecido nos leía mi padre
sino el recuerdo vivo de aquella jauría liberada
Yo
Situada en esta permeable frontera entre lo que desaprensivamente llamamos “la realidad” y aquello que denominamos ficción o distopía vuelvo a preguntarme si acaso no estamos viviendo la anunciada consumación de nuestra propia cacotopía. No sé. Tal vez son estas las preguntas que dictan las pasiones tristes.
En todo caso, no nos hagamos los distraídos. Que la mala fe no sea la guarida. Nada puede ser más urgente, significativo y necesario que la pregunta acerca de si es posible concebir un pensamiento de la acción y de la apuesta. Si es posible proponer acciones que no sean únicamente conservadoras y defensivas para de verdad disputar expectativas que den forma a otro modo de habitabilidad del mundo.
En el coraje de la apuesta que nos compromete con lo que no sabemos ni siquiera de nosotros mismos se juega otra forma del riesgo. Es el riesgo como potencia que se retoba contra la tristeza y la indolencia que produce lo que se impone como inevitable. Cuando ese coraje toma forma política sabemos que hay un punto de partida y una apuesta y que después se verá. Que no es cuestión de entregarse ni de ser lo que se es sino de advenir.
Tampoco hace falta tanto, basta poner sobre la mesa algunas consideraciones. En perspectiva ética ya podemos saber que, cuando una sociedad comienza a ver en su vecino, en su adversario político y en todo lo que califique como Otro un peligro o un enemigo, inicia también un peligroso deslizamiento hacia la pérdida de su condición política. Y por conciencia moral y experiencia histórica, que no hay posibilidad alguna de encubrir esta verdad y que es mejor no hacerlo. Lo sabemos, estamos advertidos.
“A cada época se le aparece en imágenes la que le sigue (…) cada época no solo sueña la siguiente, sino que soñadoramente apremia su despertar.
Lleva en sí misma su final y lo despliega.”
Lleva en sí misma su final y lo despliega.”
W. Benjamín